El uso eficiente de la energía, a veces simplemente llamado eficiencia energética o ahorro energético, es el objetivo de reducir la cantidad de energía requerida para proporcionar productos y servicios. Por lo que es el sector energético el principal responsable, y está llamado a desempeñar un papel vital para hacer frente a este reto global, que hace necesario transitar hacia un nuevo modelo económico sostenible medioambientalmente.
El cambio climático es uno de los grandes desafíos de nuestra
sociedad, y el calentamiento global genera, entre otros cambios, unas
condiciones meteorológicas más extremas, el deshielo de los glaciares y un
crecimiento del nivel del mar. Todo ello afecta a las generaciones presentes y
futuras y repercute cada vez más en nuestras economías, el medio ambiente, la
salud y la vida cotidiana.
Se trata de un problema mundial que necesita soluciones decisivas y
urgentes, ya que el incremento de la temperatura de la Tierra a causa de las
emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) está generando impactos
económicos y medioambientales severos e irreversibles, con implicaciones
sociales y políticas.
La eficiencia energética contribuye a la
consecución de los objetivos climáticos, al reducir las emisiones de gases de
efecto invernadero, mejorar la seguridad del suministro y reducir el coste de
las importaciones energéticas.
Fue a fines del 2019 que la Organización Meteorológica Mundial (OMM), con motivo de su participación en la COP25 -organizada por Chile y realizada en Madrid-, puso de manifiesto que el año 2019 fue uno de los tres años más calurosos desde que comenzaron los registros en 1880; con un incremento en la temperatura media en la superficie del planeta de aproximadamente 1,1˚C en comparación al período pre-industrial (1880-1900).
Más allá del análisis coyuntural a partir de la evolución en años
concretos, lo más relevante es el análisis de la tendencia a largo plazo y
ésta, como cabe esperar, ha sido ascendente: las temperaturas medias del
quinquenio (2015-2019) y de la década (2010-2019) serán las más elevadas de las
que se tiene constancia, con repercusiones profundas y duraderas en el nivel
del mar y en los patrones climáticos de determinadas regiones del mundo.
Los gases de efecto
invernadero
Por su parte, las concentraciones de gases de efecto invernadero
(GEI) a nivel global también han ido aumentando en estos últimos años, en
especial de dióxido de carbono (CO2). Las concentraciones de CO2 en la
atmósfera alcanzaron un nuevo máximo histórico de 407,8 partes por millón en
2018, y en 2019 no dejaron de aumentar.
Mientras se emita más CO2 del que la naturaleza es capaz de
absorber, la temperatura del planeta seguirá aumentando. Y aunque seamos
capaces de estabilizar el volumen de las emisiones, eso no impide que los
efectos del calentamiento global perduren en el tiempo. De ahí la necesidad de
no retrasar las actuaciones y políticas de mitigación.
Todo ello en un contexto de demanda energética creciente. De
acuerdo a las últimas estimaciones de la Agencia
Internacional de la Energía (AIE), está previsto que la demanda de energía
a nivel global experimente un crecimiento del 24% entre 2018 y 2040, impulsada
por el crecimiento demográfico y económico. De forma más ilustrativa, un
crecimiento de la demanda de tal índole, equivale a agregar América del Norte y
Latinoamérica a la actual demanda global.
La combinación de ambos efectos, crecimiento económico y evolución demográfica, nos hace plantearnos la pregunta fundamental: ¿cómo garantizar el acceso a la energía necesaria para abastecer las necesidades crecientes de la población mundial dando respuesta, al mismo tiempo, a los retos derivados de la emergencia climática? El sector energético, principal responsable, está llamado a desempeñar un papel vital para hacer frente a este reto global, que hace necesario transitar hacia un nuevo modelo económico sostenible medioambientalmente.
Eficiencia energética. Es por todo ello que, no sólo se requiere de un cambio estructural en el modelo energético, sino también de una transformación en el modo de producir y consumir por parte de todos los agentes.
La eficiencia energética contribuye a la
consecución de los objetivos climáticos, al reducir las emisiones de gases de
efecto invernadero, mejorar la seguridad del suministro y reducir el coste de
las importaciones energéticas.
Es necesario seguir avanzando en el proceso de transformación de
nuestras pautas actuales de consumo energético, sin que ello afecte a la
capacidad de crecimiento económico. En este proceso de transición ecológica,
una de las principales palancas del cambio será la eficiencia energética, que
se erige como uno de los ámbitos de actuación capaz de aportar soluciones a
cada uno de los retos planteados.
Por sus características intrínsecas, la eficiencia energética contribuye a la consecución de los objetivos climáticos, al reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, mejorar la seguridad del suministro y reducir el coste de las importaciones energéticas. Pero además fomenta la competitividad empresarial, un aspecto crucial para los sectores industriales energético-intensivos.
Tomando como punto de referencia la relación entre el consumo
energético y el Producto Interior Bruto (PIB) -lo que conocemos como intensidad
energética- podemos tener una primera aproximación sobre la evolución reciente
de la eficiencia energética: las mejoras desarrolladas en estos últimos años
indican una menor necesidad de energía para la generación de un mismo nivel de
riqueza, aunque subsisten significativas diferencias entre zonas geográficas y
más especialmente entre sectores de actividad económica.
Medidas de ahorro y eficiencia energética. De los datos se extrae una creciente mejora en los resultados derivados de las medidas de ahorro y eficiencia energética a nivel global, lo cual ha tenido un efecto positivo en el ritmo de mejora de la intensidad energética, y eso está ayudando a desvincular la demanda de energía del crecimiento económico.
Pero hay que tomar esta buena noticia con cautela, ya que no toda
mejora de la intensidad energética se debe a la mejora de la eficiencia
energética. Existe un efecto estructural, derivado del cambio de patrón
productivo de la economía hacia actividades que consumen menos energía, que
mejorará los resultados de intensidad energética sin variar la eficiencia
energética, así que hace falta un análisis más detallado para discernir qué
parte de la mejora de la intensidad energética corresponde a cada efecto.
En cualquier caso, es necesario seguir avanzando en la definición
de políticas efectivas que, por una parte, permitan un mayor aprovechamiento
del potencial de la eficiencia energética para impulsar los compromisos
climáticos y, por otra, sean capaces de crear oportunidades para las empresas.
Facilitando la consecución de los objetivos de descarbonización, la
eficiencia energética es una garantía que contribuye a la competitividad de
nuestras empresas en los mercados globales.
A nivel europeo se han producido avances significativos. Muestra de
ello son los recientes paquetes legislativos centrados exclusivamente en
mejorar la eficiencia de nuestras pautas de consumo energético, donde todavía
existe un amplio campo de mejora.
Motor de innovación y crecimiento económico. Todo ello con el objetivo de que la eficiencia energética sea un motor de innovación y crecimiento económico para las empresas del mundo.
Un proceso, en el que, si somos capaces de desplegar con éxito
todas estas oportunidades, de la mano de la innovación y las nuevas
tecnologías, será posible aprovechar el enorme potencial de mejora energética
en sectores tan relevantes para nuestra economía como la construcción, la
industria y el transporte.
Fuente: El papel de la eficiencia energética en
la transición ecológica. https://www.ambientum.com/ambientum/eficiencia-energetica/papel-la-eficiencia-energetica-en-la-transicion-ecologica.asp